No hay nada en la vida humana que esté tan profundamente, tan duraderamente, tan fundamentalmente equivocado, malentendido e incomprendido como el amor.
El número de separaciones y divorcios es una muestra de ello en términos de decepciones y juicios erróneos. Sin embargo, esto también se aplica al estado de las parejas existentes. Si las observamos en nuestro entorno inmediato, podemos quedar perplejos en cuanto a las etapas y el estado final del antiguo «amor». ¿Es el amor lo que mantiene unidas a las parejas? ¿Dónde está el estado en el que él habría hecho literalmente cualquier cosa por ella, y en el que ambos estaban infinitamente enamorados el uno del otro? Lo que todo el mundo ve, y ante lo que todas las parejas cierran los ojos, es que el sacrificio del uno por el otro dura como mucho unos meses (sobre todo en el caso de los hombres). Luego viven juntos durante años, llenos de simpatía e intimidad, pero con el tiempo cada vez más uno al lado del otro. De todos modos, el fogonazo se ha apagado, pero también el fuego. La antigua atracción ha degenerado en hastío. Y por último, cuando las cosas van mal -y es lo que ocurre con una frecuencia abrumadora-, viven el uno contra el otro. De todos modos, casi el 50% de los matrimonios acaban en divorcio, y otro 40% se percibe como un fracaso interno. Basta con echar un vistazo al propio entorno social. Esta es la trampa de las parejas jóvenes que sólo tienen visión de túnel para su propio grupo de edad. Se puede encontrar una amarga descripción de esta experiencia cotidiana en el relato de León Tolstoi «La sonata de la cruz», capítulo 17, en el drama cinematográfico «¿Quién teme a Virginia Woolf?» o en la obra de teatro «El dios de la carnicería». ¿Adónde ha ido a parar el amor?
Además, el número de hombres que consumen «amor» a la venta por centenares de miles, en todo el país cada día, llama la atención sobre el hecho de que el «amor» entre hombres y mujeres quizá no esté tan lejos. ¿Qué programas hay en nosotros? ¿Es eso amor?
La fragilidad de las amistades profundas cuando se enfrentan a duras pruebas también demuestra que el «amor» no es tan sencillo. Un viejo refrán dice: «Los amigos en la necesidad / van a mil a la plomada». Dado que la antigua unidad de medida, la plomada, era de unos pocos gramos, es fácil mostrarse escéptico sobre la fiabilidad de los amigos en situaciones de emergencia real. Y cualquiera que haya tenido experiencias de este tipo sabe que este escepticismo está demasiado justificado en la realidad de la vida cotidiana. Como dice el refrán: «La amistad se acaba con dinero».
El amor humano
Todas las variantes del amor descritas hasta ahora tienen algo en común: son formas puramente humanas, terrenales, mundanas. No se ha mencionado el amor tal como lo ve nuestra alma, el * amor de todos y, por tanto, también de los enemigos. Ayuda un poco cuando el antepasado del cristianismo, San Pablo, lo describe de la siguiente manera:
«… el amor no es celoso,
no se jacta ni se envanece. …
no busca su propio provecho,
no se deja provocar,
no guarda rencor a nadie. …
Lo tolera todo».
(1 Cor. 13)
- El amor total se refiere a la comprensión de que todo viene de Dios
Pablo sólo describe y no explica. En cualquier caso, sin embargo, resume un contramodelo a las formas de amor humano descritas.
Pero todo esto parece poco mundano, porque casi nadie tolera todo y se abstiene de darse importancia y vive para los demás y sacrifica sus posesiones y siempre perdona todo. Pero eso es exactamente el amor, no nuestro amor humano, sino el del alma divina que llevamos dentro.
Aunque este último -salvo contadas excepciones- no es una realidad muy presente, perfila el sentido y la meta de la vida humana.
Todo el mundo sabe que la persona corriente no quiere aguantar absolutamente nada, sino que busca la confrontación y contraataca cuando es provocada o víctima de la desgracia o la discordia.
Todo el mundo sabe que la gente corriente quiere hacerse importante y que no quiere sacrificar sus posesiones ni compartirlas, como puede verse en la cuestión de los refugiados en toda Europa. Y, por último, todo el mundo se da cuenta de que no quieren perdonar en absoluto, sino que tienen una sed incondicional de venganza y retribución.
Pero esta es precisamente la causa del sufrimiento en nuestro planeta. La única causa de toda esta agonía por las enfermedades, las pérdidas de empleo, el miedo a los atentados terroristas, los peligros en las carreteras, las preocupaciones por el bienestar de los hijos, el dolor físico y psicológico causado por los reveses en la carrera profesional, las separaciones, los procesos de divorcio, los complejos de inferioridad, las preocupaciones constantes causadas por la desigualdad de trato, los peligros climáticos, la explosión de la xenofobia, la presión para rendir en el trabajo, es el instinto egoísta de autoconservación el que nos lleva inconscientemente a todos estos -hay que decirlo así de claro- comportamientos animales y a sus consecuencias. El amor humano ama sin cesar, pero sólo a sí mismo, también en forma de amor a los hijos. Es amor a la forma, a la superficie, a lo visible y también sólo en el entorno afectivo inmediato. En su alegoría de la caverna (véase el capítulo 8), Platón describe al ser humano físico como la sombra de su alma.
Un pájaro que vuela plano sobre el suelo proyecta una sombra. Cuando un gato persigue la sombra de este pájaro -o el cono de luz de una antorcha en la pared-, esto representa el comportamiento humano. Se trata de una apariencia que corresponde a su perspectiva y no a su origen. Goethe dice desapaciblemente: «¡Te pareces al espíritu que comprendes!».
Esto es particularmente evidente en el amor al cuerpo femenino. La instancia de amor que creó este cuerpo y el programa de amor por él son desconocidos para la gente. Esto se debe a que pasa por alto el exterior negativo («La Bella y la Bestia»). El verdadero amor está centrado en el alma en forma de amor al prójimo y, de hecho, a todos los prójimos; el amor humano está centrado en la persona y también se limita a aquellos que lo corresponden, que es puro interés propio.
León N. Tolstoi describe mordazmente el concepto humano del amor:
«Pero, ¿qué se entiende entonces por verdadero amor? …
Todo el mundo sabe lo que es el amor. … Es muy sencillo:
El amor es la preferencia exclusiva de uno u otro por encima de todos los demás».
(Sonata de la Cruz. Capítulo 2)
El amor humano es amor preferencial, es amor de amigos. Se basa en los instintos, es decir, es erótico y, a partir de ahí, simpático-afectivo. Contiene la extensión del egocentrismo al entorno con la pareja, los hijos, los padres, los amigos, etc. Este amor puramente humano con Eros y Philia limita el amor a los sentimientos y no observa la Regla de Oro. Sin embargo, el ser humano no puede expresar el verdadero amor por sí mismo, porque sólo el alma espiritual que lleva dentro puede conseguirlo a través de él. Mientras no le conceda ninguna influencia, no tome nota de ello, no podrá -a partir del nivel limitado de los sentimientos favorecidos- dar un paso más y elevarse. Sin el siguiente paso de elevación desde el nivel terrenal al espiritual, sin la expansión desde el amor preferencial al indiscriminado, la realización en la vida es imposible; sin esta conciencia, no es posible superar el sufrimiento y el mal en nuestro mundo bueno-malo, ni entre pueblos ni entre colores de piel ni entre competidores económicos ni entre empresarios y empleados ni entre vecinos y, sobre todo, no entre cónyuges. El amor espiritual (ágape), el tercer tercio, por así decirlo, no tiene nada que ver con los sentimientos; es una cualidad de la comprensión intelectual, de la perspicacia y, sobre todo, de la realización práctica.
Este opuesto, el amor de la parte espiritual del alma por la de los demás, no es -véase San Pablo- ni rencoroso ni celoso, no hace distinciones (porque la creación es «muy buena» sin excepción, véase la función del mal), lo tolera todo y, por tanto, es amor a todo y, por tanto, también amor a los enemigos. Como ya se ha dicho, es un acto puramente intelectual, porque traspasa la superficie y penetra hasta la esencia del hombre, hasta el núcleo espiritual, y por eso puede perdonarlo y comprenderlo todo: Jesús lo deja bien claro al no guardar rencor a los verdugos que lo clavan en la cruz: «… no saben lo que hacen». Mientras que el amor preferencial humano establece fronteras, el tercer y más elevado tipo de amor es el que supera las fronteras, indiscriminado e impersonal.
En pocas palabras, el amor verdadero es indiscriminado.
Esta es la razón por la que los maestros espirituales de la antigüedad también lo llamaban amor «divino», porque es todo amor. Entonces, por supuesto, surge inmediatamente la objeción de cómo puede ser un padre amoroso ante el terrible sufrimiento que impera en la tierra, no sólo en los países en vías de desarrollo, sino en todos los matrimonios. La razón ya la han dado los maestros de sabiduría, desde Lao Tse hasta Buda, Jesús, Meister Eckhart, Rumi, Baudelaire o Goethe, que reconocieron el sufrimiento como el instrumento último del universo para disuadir a las personas de su curso del ego y reconducirlas al curso del amor, al yo espiritual en uno mismo y al yo en el otro, en todos los demás.
Mientras las personas mantengan la separación y permanezcan en el nivel egoico, ésta es la desintegración perfecta en relación con la unidad de todo ser.
«Si quieres distinguir el falso amor
del verdadero amor,
mira, se busca a sí mismo
y cesa en el sufrimiento».
(Angelus Silesius: Cherubinischer Wandermann, Libro V, 303)
Esto se pone de manifiesto en el fracaso de la mayoría de los matrimonios: no pueden ser felices porque faltan el desinterés y el autoconocimiento espiritual. Ambos cónyuges creen que el otro debe hacerles felices, aunque sólo puede funcionar al revés, es decir, que ellos mismos hagan feliz al otro. Además, ambos están convencidos de que, en caso de ruptura, siempre ha sido el otro quien le ha hecho infeliz. Pero esto se debe a que los miembros de la pareja sólo ven al otro como una persona; entonces entra en vigor la ley del bien y del mal y provoca los correspondientes altibajos en la relación. Sólo si uno de los miembros de la pareja tratara al otro con una comprensión no(!)personal de profundidad cuando se trata de comportamientos como el engaño, existiría un requisito previo para la existencia armoniosa de la relación.
«Que no amas a la gente,
lo haces bien y con razón,
es la esencia «humana
que se debe amar en el hombre».
(Angelus Silesius: Cherubinischer Wandermann, Libro I, 163)
Además, el verdadero amor no emite juicios (negativos) sobre las personas, porque reconoce en ellas a las víctimas indefensas del programa de autoconservación. No favorece a nadie porque ve la unidad de las almas espirituales tras la superficie de la diversidad. Reconocer la unidad de la diversidad conduce entonces a la perfección holística.
No es posible que la persona corriente ame y perdone a cualquier prójimo, porque el requisito previo sería esforzarse: «Buscad primero el reino de Dios… y todo lo demás se os dará por añadidura». Sólo dejando pasar la fuerza del alma se puede transformar a las personas de tal manera que su programa animalista y sus manifestaciones «mueran cada día».
El principio del amor es hacer a los demás lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotros, si estuviéramos en su situación. Así pues, la Regla de Oro arroja luz sobre el comportamiento de quienes excluyen, odian a los solicitantes de asilo e incitan a los refugiados, cuyo comportamiento expresa el nivel más bajo de la civilización humana.
Formas de amor
La siguiente definición diferenciada del amor procede de la antigua Grecia: Eros, Philia y Agape:
Eros:

Agnolo Bronzino: Alegoría del triunfo de Venus (detalle) 1540 Dominio público. nationalgallery.org.uk
Eros representa el amor sensual, el deseo erótico. Contiene sexualidad en su núcleo, pero va más allá. Su poder de atracción abarca todas las interacciones visuales, auditivas, táctiles, etc. interacciones.
Philia:

Esta imagen tiene un atributo alt vacío. El nombre del archivo es 512px-1873_Pierre_Auguste_Cot_-_Spring.jpg
Pierre Auguste Cot: Le Printemps. (detalle) 1873
Museo de Arte Appleton. Dominio público. Wikimedia Commons.
Simpatía, amor en pareja, aprecio, unión amistosa, afecto mutuo confiado. (En principio, se refiere no sólo a la relación entre los sexos, sino también a ámbitos temáticos como las aficiones, los clubes deportivos, el voluntariado, la ciencia, etc.).
Ágape (?):

Esta imagen tiene un atributo alt vacío. El nombre del archivo es Pelican-in-her-piety.jpg
Pelícano en su piedad
Relieve que representa a un pelícano abriéndose el pecho para alimentar a sus crías con su sangre.
Cimetière-Notre-Dame-des-Neiges, Montreal.
Licencia de documentación libre GNU. Dominio público. Wikimedia Commons.
El ágape es desinteresado, es decir, sin ego, luego indiscriminado, es decir, que concierne a todos, además sin apego emocional y, por tanto, puramente comprensivo y, por último,espiritual y, por tanto, que ve a través de las apariencias. Ágape es amor en el sentido de búsqueda de la unidad (una unidad como la de los dedos de una mano) y, en este sentido, amor a todos los «prójimos».
Por consiguiente, el ejemplo del pelícano anterior es cualquier cosa menos ágape, porque aunque el comportamiento del pelícano es desinteresado, por una parte es preferencial y no se relaciona indiscriminadamente con todas las crías de pelícano. Además, se trata de una acción instintiva y no consciente, que permanece en la superficie material y que de ninguna manera puede ser vista y comprendida espiritualmente. Una máxima de acción de comprensión y perdón como «… porque no saben lo que hacen» ya está descartada porque también implica un límite animal de conciencia.
En su lucha contra la tiranía colonial de los británicos, Gandhi actuó de forma absolutamente desinteresada, evitó indiscriminadamente cualquier imagen del enemigo -tanto en relación con ellos como con sus rivales islámicos-, reconoció a los soldados del Imperio como, al menos en principio, componentes iguales de la creación y se abstuvo de cualquier deseo de venganza, a pesar de todas sus acciones inhumanamente violentas.
Un ejemplo contemporáneo un tanto artificioso podría ser, por ejemplo, acoger a un refugiado islámico iraquí o sirio (remotamente parecido a los refugiados ucranianos) como a un particular, sin prestar atención a su fe, ser consciente de su semejanza divina así como de la propia (Mt 22:29: «ama… como a ti mismo») y, después de que hubiera, digamos, robado objetos de la casa, perdonarle (lo que no estaría vinculado a una renuncia a ser procesado).
Esta categorización preliminar ya deja clara la diferencia fundamental que existe entre eros y philia, por un lado, y ágape, por otro: Las dos primeras formas -independientemente de otras posibles diferenciaciones como amor platónico, manía, adoración, etc.- son formas de devoción desde una perspectiva terrenal-humana, partes de las cuales son puramente animales. También contienen un factor de beneficio para el ego personal.
El amor en una relación de pareja (sexual y emocional-amistad-pareja) no es una devoción al Tú, sino que a pesar de todo enamoramiento no es otra cosa que un amor propio ampliado. La estructura yo-tú no se anula, salvo quizás en las primeras doce semanas de enamoramiento, en las que los amantes lo sacrificarían todo, pero también todo de sí mismos, porque la conciencia yo-tú se ha abierto por un momento y ha dejado paso a un cierto desinterés. Pero el diablo (el ego) siempre se deja ganar primero.
El intercambio de anillos es característico del carácter de un matrimonio o de una pareja: no se trata en absoluto de devoción a la otra persona, sino de una alianza de conveniencia en beneficio mutuo. El truco está en que las dependencias mutuas que surgen en el proceso se vuelven cada vez más dominantes con el tiempo. La profundidad y el alcance de la simpatía mutua suelen ser secundarios. Eros y philia se relacionan con el ego. «Si me amas, cumples mis deseos», le dice la mujer al hombre en algún momento. Y casi todo el mundo experimenta con el paso del tiempo que, a pesar de eros y philia, algo falta, que las semejanzas se agotan. Y es que el anhelo de unidad y perfección («media naranja») es devorado lenta pero inexorablemente por el deseo de autonomía (por usar otra palabra para el ego) y autorrealización, a menudo a costa de la pareja. El «amor» humano es una especie de destello en la sartén, se desvanece, luego conduce al hastío y finalmente termina, como describe Tolstoi en el capítulo 17 de «La sonata de la cruz» y aún hoy puede verse ante cualquier juez de divorcios:
«Así es como vivíamos. La relación se hizo cada vez más tensa, la animosidad creció, y finalmente habíamos llegado al punto en que la animosidad no se despertaba por diferencias de opinión, sino que la animosidad llevaba a diferencias de opinión. Dijera lo que dijera, yo estaba en desacuerdo con ella de antemano, y ella también. … Hubo enfrentamientos y estallidos de odio por el café, el mantel, el coche, una carta mal jugada en el bridge – todas cosas que no tenían ningún significado para uno u otro. … A veces la veía servirse té, dar golpecitos con el pie, llevarse la cuchara a la boca, sorber el líquido, y la odiaba por ello como al peor de los crímenes. … Habría sido horrible vivir así si nos hubiéramos dado cuenta de nuestra situación; pero no nos dimos cuenta ni lo vimos.
Así que vivíamos en una niebla eterna sin darnos cuenta de la situación en la que nos encontrábamos. Y si eso no hubiera ocurrido, como acabó ocurriendo, yo habría seguido viviendo así hasta mi vejez y seguiría pensando en mi lecho de muerte que tenía una buena vida a mis espaldas, no siempre buena, pero tampoco mala, una vida como la que vive todo el mundo. Nunca habría reconocido el abismo de infelicidad y amor vergonzoso en el que me debatía. Éramos dos convictos forjados en una cadena, odiándonos, envenenándonos la vida mutuamente y esforzándonos por no verlo. Entonces no me daba cuenta de que, de cien matrimonios, noventa y nueve vivían en el mismo infierno que yo, y que no podía ser de otra manera».
Hasta qué punto esta descripción es intemporal, moderna y actual puede verse en adaptaciones como la película de Polanski «El dios de la carnicería» o la producción francesa «La economía del amor». El tema es tan universal que Tolstoi casi podría haber sido el guionista de estas películas.
Luego está la trampa de la interdependencia, que Rumi describe así: «Ata fuertemente a dos pájaros: No podrán volar, aunque ahora tengan cuatro alas».
La gente ama mal porque se limita a eros y philia y vive sin agape. Por eso los matrimonios y las relaciones amorosas conducen al vacío, a la desolación, a la torpeza y, con demasiada frecuencia, a las disensiones, al rechazo y a la separación. La literatura universal está llena de descripciones del sufrimiento en que se enreda una y otra vez el amor humanamente entendido. Entre los clásicos figuran Lolita, Madame Bovary, Anna Karenina, El amor en los tiempos del cólera y muchos más. En la historia del cine, películas como «El último tango en París», «Lady Chatterley» o «Doctor Shivago» lo demuestran. Casablanca» es una cierta excepción por la decisión desinteresada del protagonista. Hoy en día, son las interminables telenovelas, desde «Dallas» hasta «Tormenta de amor», las que muestran los altibajos eternamente dolorosos del llamado amor. Como dice el refrán: «Las manadas se pelean y las manadas se llevan bien». Pero con demasiada frecuencia no se llevan bien. El amor caracterizado espiritualmente no conoce esta montaña rusa de tensión y relajación, discusiones, malentendidos y reconciliaciones con los dientes apretados, y tampoco conoce las jaurías.
A diferencia de estas formas de amor, el ágape es otra cosa. Es el amor del alma divina en el ser humano -descendida a la conciencia del buscador en cuestión- hacia el alma espiritual en la otra persona, en toda otra persona. No tiene nada que ver con el afecto, la comprensión y la simpatía por la persona, el ser humano externo, sino que se dirige exclusivamente al núcleo divino que hay en su interior: «Dios no mira a la persona» ( Romanos 2:11; Hechos 10:34; Santiago 2:1).
Traducción realizada con la versión gratuita del traductor DeepL.com No pasa por alto el amor material, sino que se combina con él y lo ennoblece porque no contiene contenido egoísta, por lo que es desinteresado y está ahí principalmente para la otra persona. Algo de esto se hizo visible en los primeros días de la oleada de refugiados de 2015. Cuando el amor desinteresado se une al amor que mira a través, el amor espiritual domina sin perder la magia del amor erótico y de pareja. Al contrario, retoma estos ámbitos de la experiencia humana y los modifica en el sentido del refinamiento y la plenitud. La conciencia se amplía a medida que disminuyen las diferencias entre hombres y mujeres, a medida que las mujeres asumen cada vez más partes masculinas y los hombres partes femeninas en el plano material y a medida que se hacen más conscientes de su unidad en el plano espiritual. Cuanto más se desmoronan los opuestos, más surge el amor, que no conoce favoritismos porque lo ama todo en el sentido de que reconoce lo divino detrás de todo.
El verdadero amor
Se puede comer de dos maneras diferentes: Se puede comer «hacia uno mismo», es decir, saciar el hambre y dedicarse así principalmente al disfrute egocéntrico. Pero también se puede comer literalmente agradecido con cada bocado, en cierto sentido «lejos de uno mismo», abriendo la conexión con el alma. La eliminación del egocentrismo es la transformación del comer material al nivel espiritual. Esta es también la diferencia entre los humanos y los animales.
Los efectos del ágape pueden percibirse remotamente cuando saboreas los alimentos en tu boca durante una comida sabrosa y al mismo tiempo piensas en ellos agradecidamente como un regalo divino: entonces notas que el sabor pierde intensidad por un lado, pero al mismo tiempo se manifiesta como una sensación de alegría más profunda a través del cuidado amoroso del alma.
En principio, ocurre lo mismo con el sexo: puedes buscar tu propia satisfacción orgiástica o entender el acto como una pista hacia la conexión de las almas divinas. Esto último se entiende expandiendo el lado animal del acto hacia arriba y entendiéndolo de tal manera que haga visible el cielo en la tierra. Esto sucede agradeciendo al alma divina en la pareja durante las caricias. Entonces sucede lo que Pablo insinúa en Romanos 11, a saber, que si el principio es santo, el todo es santo. El cristianismo llama a esta conexión «primicias» en muchos lugares.
El sexo no es sólo una práctica, sino también un símbolo. Toda la zona genital, las caricias y la unión apasionada son también conceptos de la creación y apuntan a la unión con el Creador – en el otro. Lo mismo ocurre con la pareja y el matrimonio. En este sentido, el sexo físico puede ser una imagen de la unión en un nivel superior, el de las almas. A través de su placer, el sexo puede conducir a la realización de su esencia, al creador del placer, es decir, a la respuesta a la pregunta de por qué existe este maravilloso placer para los humanos, que los animales no conocen. Pero el egoísmo nos impide encontrar el verdadero amor en el sexo.
El potencial destructivo de la versión exclusivamente física puede verse en todas partes, tanto en la comida como en el sexo. Una flagrante representación cinematográfica de ello se encuentra en la película «The Big Eat»: En la escena final, el protagonista se tumba en una mesa, es masturbado y atiborrado de tarta al mismo tiempo, y muere en el proceso. La referencia a la práctica de sexo o comer de forma animal que conduce a la muerte es clara. La miríada de programas de cocina, los burdeles de tarifa plana, la obesidad explosiva y el sida envían sus saludos.
Otra característica esencial del amor, tal como se entiende en el sentido de los grandes escritos sapienciales, es mirar más allá de la apariencia exterior. Esto no está incluido en el concepto griego antiguo original de ágape. Significa que, desde la perspectiva del alma, este amor verdadero se dirige también al alma de la otra persona, no sólo al cuerpo como portador de esta alma. No es el amor de la persona exterior (cáscara) por la cáscara de la otra persona (cáscara), sino el amor de la persona por el alma y el amor del alma por la otra alma detrás de la cáscara. Por eso el amor humano es emocional, mientras que el amor del alma es intelectual, un proceso de cognición y no emocional. El verdadero amor del alma no significa sentir simpatía por los enemigos, sino «sólo» reconocerlos espiritualmente.
La comunicación despersonalizada del alma conduce siempre a la armonía. Sin embargo, no permanece aislada en este nivel, sino que irradia hacia los otros dos ámbitos de la filia y el erotismo, los implica y los eleva. En este sentido, este amor mira más allá de todos los aspectos negativos de la personalidad -que es lo que separa a las personas- y se concentra en lo que hay de intrínseco y unificador en ellas.
«Deja de exigir amor humano ..,
y se promoverá la certeza de la unidad».
(Tao Te King, 19)
En realidad, mirar hacia otro lado también puede ser un elemento del amor puramente mundano. Todas las parejas de recién casados lo saben. Sin embargo, como falta la dimensión espiritual, no dura demasiado.
Un símbolo del amor despersonalizado es el cuento «La bella y la bestia» («La belle et la bȇte»), en el que la bella empieza a amar al monstruo porque intuye que la superficie repulsiva no es lo que esta apariencia le hace creer. No ama el exterior, sino que mira más allá y percibe la esencia que irradia tras la fachada.
El cuento de hadas también muestra este simbolismo a través del beso del sapo, la superación de la fijación superficial.
Como resultado, se anulan los opuestos y las barreras, deja de haber una diferencia esencial (¡!) entre yo y tú, yo y tú y entre lo mío y lo tuyo, entre mi cara y la del sapo. Es la entrada en el destino del hombre o su meta de aprendizaje: se penetra el egocentrismo, se abre el amor al prójimo en el nivel espiritual superior y se sustituye el tomar por el dar. Es la salida de nuestra vida aparentemente sin esperanza y el amor en el valle de lágrimas. Tales intentos pueden observarse varias veces en la historia de la humanidad, por ejemplo con los cátaros o los cuáqueros originales.
La relación de amor en un matrimonio tradicional, por ejemplo, es cualquier cosa menos verdadero, es decir, amor espiritual, porque ni es desinteresado ni se aleja del nivel superficial de la persona. Se trata de un intercambio basado en la reciprocidad. El principio exclusivamente egoísta se sustituye por un egoísmo compartido, no prescinde de lo mío y lo tuyo y a la larga se come a la otra persona por la expansividad y la insaciabilidad del ego («no puedo obtener ninguna satisfacción»). Además, los miembros de la pareja intentan constantemente dominar o utilizar al otro o evitar que esto ocurra.
Cualquier tipo de unión pone en peligro al ego con su concepto inconsciente de separación e individualidad independiente. Por eso, en una relación de pareja siempre se debate entre la búsqueda de la plenitud, que cada miembro de la pareja busca en el otro, y la autoafirmación.
El ego obstinado (generalmente masculino) quiere triunfar, también quiere beneficiarse en lugar de sacrificarse. Éstas son las razones de la decepción, el vacío y los interminables e innumerables malentendidos, hostilidades, desacuerdos y otras desgracias en este tipo de amor: las dos características principales del amor verdadero -el desinterés y la retrospectiva- son suprimidas por el dominio del ego. Y el poder del trance general de vivir en un mundo puramente material, que no reconoce el mundo real de la conciencia divina y sus posibilidades de acción (véase el capítulo 8), llega tan lejos que no se aprende nada ni siquiera en un segundo, tercero, cuarto o incluso octavo matrimonio. Todos los intentos de mejora a un nivel no espiritual no son sostenibles y siguen siendo infructuosos. Las relaciones fracasan regularmente debido al cansancio, porque marido y mujer sólo se ven como marido y mujer en lugar de mirar detrás de la superficie y permitir así que se desplieguen los poderes del alma. Sin conciencia espiritual, el ego gana.
Todos quieren ser amados, pero pocos quieren amar. Y de los que aman, muchos lo hacen para ser amados. Es -inconscientemente- un trato para ellos. Y tampoco funciona, por cierto. Se aplica el principio de la siembra y la cosecha. Si no siembras amor primero, no deberías sorprenderte si no hay cosecha. La gente espera el amor y se sorprende de que no llegue. Tienen que esperar siempre, porque el amor es lo que se siembra primero. La mujer debe mostrar el camino al hombre. La gente quiere cosechar sin haber sembrado. Gandhi amaba a su pueblo, como puede verse por el hecho de que no hacía nada por sí mismo y todo por ellos. Veían día tras día que sufría por ellos y cuánto sacrificaba su existencia por ellos, y por eso a su vez le querían: «Bapu» (padre).
La segunda característica del amor verdadero, además de la retrospectiva, el desinterés, se expresa en el amor maternal. Conduce cerca de la meta prevista porque, aunque no prescinde del plano personal, es sobre todo abnegado porque subordina su propio bienestar al del hijo.
Sin embargo, una parte del amor materno sigue siendo amor preferencial, porque no hay conciencia de la unidad espiritual de todos los hijos.
También sucede a menudo que el amor maternal confunde su exagerado cuidado con el amor, aunque en última instancia sólo sirva a la autorrealización y no sea en absoluto desinteresado. Especialmente en las clases medias, el cuidado sustituye al amor. Allí, las madres quieren llegar a ser ellas mismas en y a través del niño y temen más por su propia reputación que por el niño en graves crisis: ¿La hija del médico jefe se queda atrás en sexto curso? Eso no se puede permitir, y por eso se la envía a un internado sin tener en cuenta su bienestar, pero sí la reputación y, por tanto, el bienestar de sus padres. Lo mismo se aplica a los llamados padres helicóptero que, con su comportamiento excesivamente cariñoso, parecen querer realizar a su hijo, pero en realidad quieren realizarse a sí mismos, su credo, en el niño.
Para algunos filósofos, curanderos y teólogos, la aparente imposibilidad del amor despersonalizado y desinteresado significa que esforzarse por esta forma de vida, especialmente practicar el amor a los enemigos, está tan lejos de nuestra capacidad humana que debería dejarse en manos de Dios y nosotros no meternos en ello. Para ellos, es inconcebible que un capellán de campo en Afganistán pueda invitar a los reunidos a rezar también por los talibanes, si hace caso del mandamiento de amar a los enemigos del Sermón de la Montaña.
La aparente inaccesibilidad puede empezar a resolverse si uno se da cuenta de que este tipo de amor no tiene nada que ver con emociones, sentimientos y simpatías. Como ya se ha dicho, es una toma de conciencia intelectual de los siguientes hechos:
(a) La hostilidad del «enemigo» es producto de los instintos primarios biológicos -inconscientes- de autoconservación y, por tanto, de defensa territorial y miedo a los extraños. El hombre no es más que la víctima prácticamente indefensa de estos instintos, su herencia animal. No puede hacer otra cosa en este momento y, por tanto, no sabe lo que hace.
(b) Su propia identidad divina es idéntica a la del «enemigo», aparte de su forma individual.
(c) Estoy unido a él (y a todos los demás «vecinos») por la unidad espiritual de las almas, aunque mi conciencia tenga un contorno diferente a la suya. La esencia común de las dos almas es la misma, del mismo modo que los diferentes dedos de la mano están animados por la misma corriente sanguínea.
Reconocer esta misma esencia en el otro es el verdadero amor, el del alma espiritual: hay muchas manzanas en el árbol, pero una sola vida. No hay un tú real, sólo uno superficial. La sabiduría hindú dice:
«Para aquel que entiende el significado de la vida
como aquello que es inherente a todo,
no desprecia su yo en el otro yo.
Así recorre el camino hacia las alturas».
(Bhagavad Gita XIII, 28)
En la sabiduría sufí islámica, Rumi cuenta esto a su inimitable manera poética:
«Alguien llama a la puerta de un amigo. A través de la puerta, el amigo preguntó quién estaba allí. El hombre respondió: «Soy yo». El amigo le rechazó con las palabras: «¡Piérdete! En mi casa no hay sitio para bárbaros».
El hombre se marchó y permaneció lejos durante un año. El dolor de la separación ardía en su interior. Este fuego le purificó. Finalmente, regresó y volvió a llamar a la puerta. Su amigo volvió a preguntar: «¿Quién es?». El hombre respondió: «¡Eres tú en la puerta!». El amigo abrió la puerta: «Ya que eres yo, ¡entra!».
(Mesnevi I, 3065-3075)
El cristianismo lo resume sucintamente: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Si todo el mundo amara a los demás tan incondicionalmente como se ama a sí mismo, el mundo se salvaría inmediatamente. El verdadero amor al prójimo significa ver el alma de cada uno en la conciencia de la propia. En los cuentos de hadas, esta forma de la Regla de Oro se expresa con la metáfora de «besar al sapo». Detrás de la superficie está el príncipe. Si se mira a través del exterior y se reconoce a Dios en él, se suprime la imperfección, es decir, toda hostilidad.
Por eso no existe «el» amor. Hay dos: el amor de los amigos y el amor de los enemigos. Como subraya sarcásticamente Tolstoi, el amor de los amigos es una preferencia y, por tanto, contiene exclusiones, mientras que el amor espiritual hace lo contrario y ama a todos de forma inclusiva. El amor humano es el amor marginador de los amigos, el amor espiritual es el amor unificador de los enemigos. Este último no hace distinción en cuanto a la naturaleza de las personas.
El principio del amor
Todo lo viviente sucede por amor y es amor. Esto suena bastante aventurado en vista de la crueldad y el odio que hay en el mundo. Pero si una persona ha decidido reprochar a los demás, condenarlos, despreciarlos, odiarlos, entonces sólo lo hace por amor mal entendido y mal dirigido, es decir, amor a sí mismo, amor a su odio y violencia, etc., pero en principio por amor.
La incompletud personal busca la perfección a través de la unificación. El amor es energía unificadora, es la energía que puede lograr la unificación de todos los opuestos: El amor une:
- Hombre y mujer,
- padres e hijos,
- negros y blancos,
- palestinos y judíos,
- demócratas y nazis,
- agresores y víctimas,
- enemigos,
- la mente y la intuición,
- el mundo material y el espiritual.
Las atrocidades (incluidas las buenas acciones de los bienhechores) están motivadas por el amor al egocentrismo: mi ego también busca la unidad, pero con mi cuerpo, mi ideología, mis actos heroicos. Los nacionalistas quieren la perfección pura ininterrumpida de su «cuerpo» nacional, los hindúes y los musulmanes quieren la normalización y la unidad dentro de su grupo porque creen que pueden crear armonía mediante este tipo de «pureza». Pero los suníes no pueden llevarse bien con los chiíes, los protestantes no pueden llevarse bien con los católicos y los hindúes no pueden llevarse bien con los musulmanes. Y el cónyuge se esfuerza por lograr la devoción mutua y la unidad bajo su interpretación.
Si la decisión se ha tomado a favor del amor al prójimo, se trata de amor espiritual. Si es en la otra dirección a favor del odio, es el amor del ego autoconservador, la conciencia del ego que ama su mente y sus cualidades, que hará cualquier cosa por conservar. La gente no tiene la opción de amar o no amar, sino sólo la opción de abrirse o no a la influencia desde el interior. Es la elección entre la destrucción (alma instintiva) y la perfección (alma espiritual). Esto puede verse claramente en la destrucción de los fundamentos de la vida, en las guerras (civiles) y, a nivel individual, en la forma en que nos tratamos unos a otros en los matrimonios y las parejas. En el «planeta Tierra del aprendizaje» se dan las condiciones para que aprendamos de verdad a amar.
Amor de género
¿Para qué sirve el amor entre los sexos? La gente cree que es para encontrar la felicidad y ser feliz. Pero es al revés. La finalidad del amor entre los sexos es hacerte feliz. Sólo muy pocos (hombres) han experimentado que sólo llegan a ser felices a través de estas «diversiones».
Eros y Philia son los pasos que necesitamos para aprender la espiritualización, es decir, el desarrollo superior de la conciencia, y al mismo tiempo para disfrutar de la alegría que va asociada a ellos.
¿De qué sirve la convivencia si permanece bajo la primacía del ego y, mientras exista la humanidad, no se aprecian cambios sustanciales en los eternos malentendidos, disputas, crisis y guerras de las rosas? La primacía del ego significa que todo permanece siempre al nivel de las personas. Y no puede haber verdadero amor entre las personas, sino principalmente peleas, discusiones, fricciones, celos, posesividad y peleas perpetuas, interrumpidas en los casos favorables por fases pacíficas y armoniosas.
Sin «Gnothi se auton» espiritual, el amor de pareja permanece en el nivel del ego y es inestable porque domina el amor en la propia dirección. En el mundo del ego, no puede haber amor duradero en la dirección que se aleja de uno mismo hacia la pareja: Una pareja amorosa en el nivel del ego toma el camino del amor al ego, que, como se ha mencionado, lleva de estar el uno para el otro a estar el uno con el otro y el uno junto al otro a estar el uno contra el otro.
El significado de la convivencia amorosa es que el ego humano, que sólo gira en torno a sí mismo y consiste exclusivamente en la orientación hacia sí mismo, tiene la oportunidad de salir de su limitación al ego y reconocer la importancia de la pareja. Esta expansión de la conciencia va acompañada de una creciente superación de la dualidad aparente. Es raro encontrar parejas en las que uno de los miembros pueda decir con razón que el bienestar de su pareja es su prioridad y que deja el suyo propio a un lado. Entonces, por ejemplo, ya no podría haber celos porque quedan descartados por la tolerancia y la atención al bienestar de la otra persona. El requisito previo, sin embargo, es una base espiritual, sin la cual este tipo de superación de la limitación del ego no sería posible.
La perfección forma parte de la «imagen de Dios» a la que todo ser humano ha sido creado. Esto incluye la unión de las características masculinas y femeninas. Inicialmente, esto no tiene nada que ver con el hombre y la mujer. «Masculino» y «femenino» son definiciones que tienen su origen en el antiguo taoísmo chino. Características como la actividad o la disposición a asumir riesgos se describen como «masculinas», mientras que «femenino» se refiere a la moderación o la capacidad de comunicación, que en principio se dan tanto en hombres como en mujeres, aunque más concentradas en el género respectivo. Esto no afecta al hecho de que en un principio se trate de los lados masculino y femenino de uno mismo.
♂ ♀
Actividad Restricción
Emisión Recepción
Lógica Intuición
Luz Calor
Sabiduría Amor
Esto no significa que las mujeres no tengan sabiduría y los hombres no tengan amor. Más bien se trata de la distribución de las cualidades individuales primero a los dos polos de la persona en su androginia (Gen. 1:27) y luego a la inspiración mutua.
El rayo de sol aporta luz y calor. Sin luz, la vida vegetal, animal y humana no puede desarrollarse, por muy favorables que sean las temperaturas. Sin calor, no puede haber vida ni siquiera con la luz más brillante. Sólo a partir de ambos factores juntos puede florecer la vida. Cuando el individuo desarrolla estos dos lados fundamentales del hombre en el individuo en una medida aproximadamente igual, está en el camino de la perfección individual. Esto significa que la mujer desarrolla sus disposiciones masculinas, como la actividad decidida y la sabiduría espiritual, y el hombre desarrolla sus disposiciones femeninas, como la receptividad, la devoción y la capacidad de amar. Entonces, el hombre con disposiciones femeninas desarrolladas y la mujer con disposiciones masculinas desarrolladas maduran en un todo común, en el que la mujer conserva cada vez más partes femeninas y el hombre cada vez más partes masculinas.
La combinación de estos dos potenciales incompletos puede continuar desarrollándose hacia la compleción a través de la pre-vivencia recíproca, al igual que la combinación de electricidad (♂) y magnetismo (♀) se despliega en el gran poder del electromagnetismo. Esto marca el comienzo de la restauración de la «imagen» completa.
Amor al enemigo
Si consigo visualizar los hechos de besar al sapo mientras el «enemigo» está de pie frente a mí con la cabeza roja de rabia y me lanza insultos odiosos, ocurre un milagro. Si mantengo la calma y me abstengo de reaccionar a su provocación con una leve sonrisa interior (de comprensión de mi semejanza espiritual (!) y la suya), su agresividad cesa -aunque lentamente- y se aleja. La reacción ego-normal de venganza y retribución desaparece. La semejanza se reconoce a través de la razón, es decir, a través de la comprensión de nuestra unidad espiritual (como los dedos de la mano) y se realiza a través de la aplicación de este esfuerzo por la unidad, llamado amor. ¡Basta con un solo lado! Este es el sentido profundo de los cuentos de hadas con el beso del sapo o de la bestia monstruosa, porque a través del beso aparece, se hace visible el «príncipe», es decir, el verdadero ser interior del hombre.
El amor a los extraños o incluso a los enemigos no significa establecer lazos afectivos o de amistad con el enemigo. El proceso intelectual se refiere a la visión espiritual, la visión de la propia esencia espiritual, a través o más allá de la apariencia exterior. Esto, y sólo esto, conduce a la capacidad del perdón perpetuo. El requisito previo es haberse reconocido a uno mismo como este ser interior, es decir, tomar conciencia de la divinidad dentro de uno mismo. La sabiduría judía llama a esto «semejanza» (Génesis 1:27). Todo lo demás viene entonces «de suyo», o mejor: del yo.
Mirar más allá de la superficie no es tan irreal como parece a primera vista. De hecho, todo el mundo está familiarizado con ello: en los primeros meses de un nuevo amor, cada miembro de la pareja está demasiado dispuesto a pasar por alto todas las extrañas peculiaridades del otro. De hecho, es el amor el que nos ciega ante los aspectos negativos, como ocurre en «La Bella y la Bestia». Sin embargo, este pasar por alto aún se queda en un nivel horizontal y no es todavía una mirada espiritual profunda a través del asunto. Pero es un paso que hace comprensible la transferencia a la dimensión espiritual más profunda.
El amor al enemigo no es originalmente una característica de la persona, es la irrupción del poder del alma. Sin embargo, la parte personal también está ahí. El logro de la persona consiste en haber tomado la decisión basada en el conocimiento racional en la «palanca de mezclas» después de todo, dejándola pasar conscientemente, reconociendo y bloqueando el impulso ascendente del ego y aferrándose a él. Esto sólo puede ocurrir si hemos creado las condiciones a través de la meditación, que ha abierto el canal.
En esta prueba de fuego emocional, debemos conseguir mantener el control sobre los pensamientos de odio y ser capaces de controlar la reacción en el sentido antes mencionado. Esto no ocurre de improviso, sino sólo a un cierto nivel de desarrollo espiritual: Es cuando hay que dominar una situación como la descrita anteriormente. Esto, a su vez, sólo ocurre cuando a) se ha alcanzado la correspondiente competencia meditativa mediante la práctica paciente y b) se ha obtenido una primera experiencia de Dios de algún tipo. Entonces se ha logrado traspasar la barrera de distracción causada por los patrones de comportamiento terrenales del ego de retour. Entonces la corriente de la fuerza del alma liberada se derrama en mi vida.
Un «enemigo» es en realidad un probador que aparece para desencadenar y hacer avanzar mi estado o progreso espiritual, mi capacidad de amar, y al mismo tiempo para probar la del «enemigo»: Sin embargo, puede ocurrir que la persona del «enemigo» sea tan obstinada que el amor, es decir, mi no reacción a su odio, no penetre su barrera del ego. Entonces ocurre otra cosa: él desaparece pronto de mi esfera personal. Hasta que esto ocurra, es posible que siga habiendo uno o dos enfrentamientos de este tipo -por razones de oportunidad y desarrollo ulterior para ambos- hasta que él desaparezca en algún momento en el caso de su resistencia concreta.
Amar a nuestros enemigos no significa excusar, pasar por alto o tolerar sus fechorías. El amor al enemigo consiste en una profunda realización y comprensión. Todo lo demás en el trato concreto con los enemigos es otro asunto, a saber, el de mi guía interior.
Esto lleva a la conclusión de que Kant se equivocó al considerar que la «cosa en sí» es imposible de reconocer. Pero ése es el destino de los filósofos que quieren resolver los problemas exclusivamente con la mente y fracasan porque malinterpretan completamente la mente, a saber, como la autoridad autónoma y autorizada para tomar decisiones del ser humano responsable. Sin embargo, en realidad no es más que un instrumento, un siervo voluntarioso en principio exclusivamente del instinto oculto de autoconservación del hombre, su ego. Pero sería demasiado vergonzoso para los filósofos reconocer a su «dios», la razón, como un mero medio para el fin de la supervivencia colectiva e individual. Por eso rechazan de plano cualquier intento de analizar de algún modo o incluso de comprender la «cosa en sí» de Kant, la esencia espiritual del hombre, su semejanza. Sin embargo, lo que hace más difícil reconocer el carácter de la mente es que, por supuesto, también es un medio indispensable para poner en práctica la guía espiritual-intuitiva, que por su parte sólo suele transmitir decisión y dirección, pero a menudo no la puesta en práctica concreta para la que son indispensables el entendimiento y la razón.
Quienes han logrado el amor al enemigo han realizado la unificación del hombre exterior e interior. Es la expedición de la mente al alma, el tema de la Odisea. Por cierto, la Odisea es cualquier cosa menos una odisea, sino más bien un sofisticado curso espiritual con estaciones que cubren todos los factores relevantes de la muerte diaria del ego.
El estado de conciencia de amor por el enemigo no surge de repente. Sólo se construye lentamente a través de un largo entrenamiento y muchas experiencias. Remarque describe un primer paso hacia el amor al enemigo en su novela de la Primera Guerra Mundial «Nada nuevo en Occidente»: en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial, el héroe alemán de la novela aterriza en un embudo de proyectiles durante un asalto, al que también salta poco después un soldado francés durante un contraataque. En un combate cuerpo a cuerpo, el alemán apuñala al francés en el cuerpo con su bayoneta. Durante los dos días que dura su agonía, Paul Bäumer se da cuenta, a través de sus fotos y cartas a casa, de que no ha matado a un enemigo, sino a una persona como él. Aunque el acontecimiento aún no toca el plano espiritual, es sin embargo un paso decisivo para romper el orden humano de privilegiar el amor de los amigos y la idea errónea del enemigo. Aporta luz a la conciencia. Por eso no es de extrañar que la obra fuera quemada por los nazis.
Si todo tipo de amor humano es en realidad amor propio disfrazado y un trueque, entonces el tipo de amor enseñado por Buda, Jesús, Lao Tse y muchos otros es el único amor verdadero, porque sólo él refleja el significado real de la palabra, a saber, el esfuerzo por la unión y la unidad con todos y con todo, con amigos y enemigos, con la creación en su conjunto, incluso con el «mal» y, por tanto, sin excepción (véanse Génesis 1:31 y capítulo 3). Mediante el autoconocimiento espiritual, provoca la abolición creciente de los opuestos entre «yo» y «tú» y el reconocimiento de la unidad (¡!) de los polos aparentemente opuestos. Una pila también se compone no sólo de polos diferentes, sino incluso opuestos y, sin embargo, es una unidad. Es entonces el interés real y no sólo superficial por el bienestar de los tuyos (véase Gandhi en el capítulo 11 en su trato con los enemigos sudafricanos en el gobierno). La fuente de todo mal, el instinto de autoconservación, queda así anulada. Por eso Buda también fustiga el principio del ojo por ojo, que la gente sigue automática e incondicionalmente.
«Nunca en este mundo
la enemistad se anula por la enemistad,
La enemistad surge a través de la enemistad,
La enemistad cesa a través de la no enemistad». (Buda: Dhammapada, 5)
De esto se deduce que el amor espiritual también requiere un perdón incondicional y completo. Con los tipos de amor que practican las personas, se crea y sólo se cimenta todo el sufrimiento que tenemos en nuestro planeta. El único propósito de los escritos de sabiduría de Platón, Plotino, Epicteto, Juan, Shankara, Nanak, Mahoma, Maimónides, Rumi, Meister Eckhart, Angelus Silesius y muchos otros es pedir lo contrario de lo que la gente hace todos los días: desprecian todo lo que les sacaría de la rueda de hámster del sufrimiento general, es decir, todo lo que expresa la no unidad. Sería un gran malentendido, por ejemplo, ver a los campeones de la no unidad, es decir, a los defensores del nacionalismo y del fascismo con sus términos como «subhumanos», «canacos», «alis», «remigración», etc., etc., como la antítesis del amor al enemigo: Porque todo el mundo es representante de algún tipo de antítesis y adversario, ya sea en la política, en las iglesias, en el mundo del trabajo o, sobre todo, en el barrio y con el o los ex malos. En relación con los nazis, no hay ninguna diferencia fundamental, es «sólo» una cuestión de cantidad. Por eso Jesús trata de arrancarnos los parches de los ojos cuando dice que primero debemos arrancarnos la viga de nuestros propios ojos antes de preocuparnos por las astillas en los ojos de los demás (vecino, ex, nazi, competidor, etc.). Con este tipo de amor, permanecemos en nuestro valle de lágrimas, como hemos hecho durante milenios. Por eso probablemente seguirá habiendo la Tercera Guerra Mundial, la Cuarta y la Quinta, así como una mayor intensificación de la quema de carbón y petróleo y todas las demás fechorías que hacemos a nuestro planeta, hasta que reconozcamos la viga en nosotros mismos.
En este sentido, apenas hay amor verdadero en este planeta. Sólo existe lo que la gente cree que es, y no está desvinculado de la persona ni es desinteresado. Toda la vida humana es una contradicción con el verdadero amor: La gente ama precisamente «las tinieblas antes que la luz». (Juan 3:19)
El filósofo danés de la religión Sören Kierkegaard lo concreta así: si el amante viera que es amado por ella y al mismo tiempo se diera cuenta de que amarla sería perjudicial para ella, no sería capaz de hacer el sacrificio de disolver esta relación por su bien. Y si la amada viera que la relación sería la ruina del amante al destruir su peculiaridad, su amor (philia) no tendría la fuerza para hacer este sacrificio (Kierkegaard: Der Liebe Tun, II,4). Sólo el amor verdadero, es decir, el amor abnegado, podría hacer este sacrificio. Un ejemplo de ello lo encontramos en el libreto de la ópera de Verdi «La Traviata» («La que se ha perdido») en la renuncia -condicional- desinteresada de la prostituta Violetta. Pero también hay suficientes ejemplos terrenales y concretos de comportamiento abnegado como el de la Virgen de Orleans, Gandhi, Mandela, Martin L. King, los hermanos Scholl, etc., etc., de los innumerables ejemplos de abnegados cooperantes, rescatadores de refugiados, bomberos, socorristas en catástrofes y accidentes, etc. Estas personas que se guían por el verdadero amor -aunque sea en su mayor parte inconscientemente- son la antítesis de aquellas personas que -igualmente guiadas inconscientemente por el instinto de conservación- pasan por delante de cientos de personas que parecen haber sufrido un accidente y que yacen a un lado de la carretera o que pasan por encima de personas inconscientes que yacen delante de un cajero automático en lugar de ocuparse de ellas. Por eso el cristianismo tiene la parábola del buen samaritano, que no tiene ningún papel para los cristianos de hoy y señala el camino a las próximas catástrofes de inundaciones, incendios forestales, masacres y guerras mundiales.
El amor real, que sólo puede expresarse acudiendo al «prójimo», es cualquier cosa menos abrumador. Al contrario, es muy fácil de realizar y, sobre todo, esencial para liberar a las personas del círculo vicioso del orgullo, los celos, la avaricia, la malicia, el miedo, el odio, la agresividad, la codicia y la preocupación, porque supera al ego. El amor real, el credo de la unidad espiritual, es la muerte para el ego, porque destruiría su credo de separatividad («solicitante de asilo», «estúpido», el mal vecino y miles de otros insultos despectivos). Por eso la astilla en el ojo del otro es tan existencialmente importante para el ego, porque sin esa astilla, el ego no tendría dónde echar sus propias vigas. No tendría excusas para sus propias debilidades y errores y, por lo tanto, no tendría forma de proyectarse en los «otros».
La oración de Abraham Lincoln de que «… Dios no está de nuestro lado, pero nosotros estamos del suyo» es significativa . Describe así la ubicación de nuestro amor humano y la dirección en la que debe ir nuestro desarrollo posterior. Sólo cuando reconozcamos nuestro amor a la pareja, al padre y a la madre, a los hermanos y hermanas y a los buenos amigos como formas de amor propio, porque están ocupados por simpatías humanas, consideraciones de uso y conciencia, y cuando entonces incluyamos el amor a nuestros enemigos, podremos emprender el camino para salir del sufrimiento. Sólo entonces cambiará nuestro mundo. La primera superación intelectual de los instintos animales del ego mediante la comprensión de la función del desinterés (la única autoconservación real y garantizada) conduce a que las formas materiales de philia y eros se complementen y ennoblezcan espiritualmente y a través de ellas se complete, eleve, espiritualice y realice el verdadero amor.
Hay una sencilla razón por la que este amor verdadero es descalificado como inalcanzable desde muchos flancos y de forma bastante destacada por las organizaciones religiosas: para el ego en el hombre, este tipo de amor pondría de manifiesto la semejanza (Gn. 1:27). Si la entrega, la comprensión (en relación con ladrones, refugiados, personas con un color de piel diferente, por ejemplo), el perdón y el amor desinteresado y no exigente se practicaran y se tradujeran en acciones prácticas, esto significaría la muerte del programa interno del ego y la victoria del programa interno del amor, así como el de las organizaciones eclesiásticas. Esto eliminaría la intolerancia, la codicia sin límites, la agresión y el miedo existencial. Esto sería la superación de nuestra herencia animal de egocentrismo, al mismo tiempo la verdadera autoconservación y el cumplimiento de nuestra misión humana, el dar sentido a nuestra existencia, el autoconocimiento divino con amor indiscriminado (Mt. 22 s.)
El escritor ruso F. M. Dostoievski insinúa la superación del dominio del ego cuando escribe
«Hermanos, …, amad a vuestro prójimo incluso en su pecado,
porque sólo ese amor sería una imagen del amor de Dios,
porque tal es ya semejante al amor de Dios
y está por encima del amor en la tierra.
Amad a toda la creación de Dios, a todo el universo
como cada grano de arena de la tierra. …
Sólo cuando ames cada cosa
captarás el misterio divino en las cosas».
(Los hermanos Karamazov. VI,3)
La sabiduría hindú subraya siglos antes que el Evangelio en el Bhagavad Gita
«Y aquel que con mente controlada
con igual bondad hacia todos los seres
y se esfuerza por el bien de todos…
que no desea el mal a ningún ser
que es compasivo y amoroso,
libre de egoísmo y egocentrismo, …
que permanece igual ante amigos y enemigos
indiferente a la fama y al deshonor, …
pronto seré su salvador. …»
(canto XII, 4,7,13,18)
Kierkegaard resume al menos una mitad del asunto en una fórmula memorable:
«El amor no busca lo suyo».
(Der Liebe Tun, vol. 2, 4º discurso)
Como tales resúmenes abstractos siempre necesitan concreción para ser comprensibles, describe este lado del desinterés del amor de la siguiente manera: El amor prefiere expresarse de tal manera que su don parezca propiedad del destinatario. Pues el mayor bien es ayudar al otro a valerse por sí mismo. El verdadero amor se hace invisible. El que ayuda debe poder esconderse. El amante se ha convertido así en colaborador de Dios, como debía ser. Si el acto de amor se hiciera notar, el ayudante no habría ayudado debidamente. El autor no expone claramente sus razones para ello. Sin embargo, permanecer invisible significa al menos evitar conscientemente la atención y el reconocimiento de los demás en la medida de lo posible y privar así al ego de su alimento. Ejemplos de esta conexión nada irreal se pueden ver en la película «El fabuloso mundo de Amélie».
Sin embargo, Kierkegaard no afirma que la capacidad de «no buscar lo propio» sea un requisito previo: sin mirar a través , su correcta perspicacia sigue siendo intrascendente, porque no hay justificación ni perspicacia de por qué uno debe prescindir de lo propio. Pero así son los filósofos que desconocen la naturaleza de la razón y la intuición y quieren resolverlo todo exclusivamente con la razón.
Una medida fiable del verdadero amor es cuando tratamos a los demás, a todos los demás, como nos gustaría que nos trataran a nosotros si estuviéramos en su lugar. Esta regla de oro ha sido una fórmula ética central en todas las culturas y en todos los tiempos. Si fuéramos nosotros los que tuviéramos que huir de tanques, artillería, bombardeos, torturas, violaciones, asesinatos y guerras como refugiados de guerra, ¿querríamos que nos rechazaran o nos amenazaran y persiguieran? 14 millones de alemanes se encontraron en esta situación en 1944/45, que el libro «Kalte Heimat» describe con sobriedad científica.
Un símbolo especialmente significativo -aunque demasiado abstracto- de la visión indiscriminada de todas las personas, que Rumi utilizó en particular, es el sol:
(1) Brilla sobre todas las personas por igual. No hace distinciones y no brilla sólo en el jardín de una persona y no en el de su vecino al mismo tiempo. No hace distinciones entre gente buena y mala, entre blancos y negros, entre judíos y palestinos, entre refugiados de guerra y neonazis.
(2) Sólo puede mirarlos directamente a través de un filtro, pero puede mirar a través de este velo (¡!) de apariencia y captarlos.
(3) No valora la reciprocidad en su carisma. Esto corresponde a la capacidad del amor no correspondido.
(4) Irradia luz y calor. A nivel interpersonal, esto corresponde al conocimiento y al amor. El verdadero amor no es posible sin conocimiento. Sólo se puede amar lo que se conoce.
El verdadero amor emana de las personas -porque está dentro de ellas- y no hacia ellas. Si un hombre es abandonado por su mujer, a la que ama por encima de todo, y su principal comportamiento amoroso consiste en desear que esté lo mejor posible y liberarla, eso es amor verdadero. Todo el mundo sabe que el comportamiento básico de las personas en un caso así es exactamente el contrario.
Quien practica el amor espiritual aprende a situarlo por encima de las leyes terrenales. Esto no significa no respetar las señales de tráfico o no pagar impuestos. Pero como la ambulancia se salta el semáforo en rojo, pierdes el respeto por las leyes del ego. Como negro, te sientas en un banco reservado a los blancos, escondes a conciudadanos judíos de los campos de concentración, proteges a los refugiados de la arbitrariedad administrativa si tu voz interior te lo dice, etc.
Otro elemento central del verdadero amor es el mencionado perdón. El perdón es amor. El perdón comprende que el daño que se me ha hecho proviene de las acciones de una contraparte que fue y es una víctima indefensa de su instinto prepotente de autoconservación. El perdón comprende que el perpetrador no es la causa del sufrimiento que me ha infligido, sino el portador del mal que surge de nuestra común estructura universal del ego.
El amor como perdón suena infinitamente difícil y hay una razón para ello: una persona corriente no puede amar y no puede perdonar, es decir, la parte animal-material de su identidad no puede. El programa no lo permite, prescribe la represalia incondicional. Sólo el amor de la identidad divina dentro de nosotros puede amar. En la medida en que hemos despejado el camino para ello, podemos amar desinteresadamente. Jesús lo demuestra en la cruz con su comportamiento hacia los soldados que le torturaron y le clavaron en la cruz: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Aunque hayamos sufrido una pérdida por el perdón en el sentido humano, todo aquel que ha dominado esta superación de sí mismo, o más exactamente: superación del ego, experimenta que sólo entonces comienza a fluir realmente la plenitud del amor y sólo entonces surgen los compañeros ideales para esta fase de la vida. Porque entonces el egoísmo del desquite se aparta y debe «morir cada día». Entonces los conflictos ya no tienen consecuencias debido a la capacidad de perdonar en principio. Quien se ha liberado, se libera de la desaprobación, la culpa y el rechazo.
Quien no puede perdonar, por ejemplo, la infidelidad de su pareja, no puede amar o sólo puede amarse a sí mismo. ¿Cuántas mujeres han sufrido este típico error toda su vida y después se han arrepentido inmensamente?
Ser capaz de perdonarse a uno mismo también es importante. La comprensión de que en aquel momento no sabía lo que hacía, sino que era una víctima inconsciente del instinto (de conservación), juega aquí un papel decisivo. Además, está la condición del remordimiento, es decir, la intención de reformarse. Esto lo expresa simbólicamente el criminal a la derecha de la cruz.
Perdonar no significa justificar la injusticia o dejarla pasar, sino que consiste «sólo» en comprender.
El amor que perdona es lo contrario de la asociación sin conciencia espiritual, en la que no hay conciencia de la propia identidad divina y reina el egoísmo, que exige y no da -y si lo hace, entonces como una inversión-. En cambio, existe el amor, que siempre da y nunca exige ni invierte. También se deja aprovechar, aguanta y entrega la solución de esta situación a su alma.
El amor a los extraños y a los enemigos no es posible desde la conciencia puramente humana del amor a los amigos, porque nuestra herencia animal, en contraste con el verdadero amor, está ligada a la autoconservación, a los sentimientos y al bien y al mal, a los méritos y sobre todo a los defectos de nuestros semejantes y compañeros. Por eso todas las religiones llaman al «arrepentimiento». Este término suele parecer referido a reparación, castigo, conversión o arrepentimiento; sin embargo, debe entenderse como un cambio de dirección sin juicio alguno, un cambio de rumbo similar a un sistema de navegación. Es un cambio de rumbo en el sentido de «recálculo», es decir, en la dirección de la no autoconservación, lo que significa rendición. (La traducción literal de la llamada al arrepentimiento del griego «Metanoeite!» es: ¡Vuelve atrás!).
Einstein comentó una vez: «Es necesario un nuevo tipo de pensamiento para que la humanidad siga viviendo». Sin embargo, no aclara por dónde debe empezar la reorientación del pensamiento. Sería fácil definirlo formalmente: Se trata de hacer sobre todo exactamente lo contrario de lo que nos dice la conciencia cotidiana, porque sigue casi exclusivamente la autoconservación.
Cuando ambos miembros de la pareja han alcanzado la visión retrospectiva, la armonía interior y exterior se perfeccionan. Ya no hay interés por la reciprocidad o el reconocimiento, se pasa por alto la idiosincrasia humana de orientación hacia las apariencias externas, y el ámbito de interacción de Eros, Philia y Agape se caracteriza por la plenitud. Sin conciencia espiritual en ambos miembros de la pareja -y al menos en una de las perspectivas más profundas- no es precisamente fácil tener una relación plenamente armoniosa, pero si la luz en uno es lo suficientemente fuerte, las partes del ego en el otro deben desvanecerse.
Un ejemplo de entrega humana: un amigo que había organizado un campamento juvenil con compromiso volvió agotado tras una semana agotadora. El proyecto había sido exitoso y armonioso. Después de que los padres recogieran a los niños, se quejó amargamente de no haber recibido ni una palabra de agradecimiento. Había dejado que el ego, con su incesante afán de reconocimiento, eclipsara la devoción desinteresada, ahuyentando así la influencia del alma. Para ella, la devoción seguía siendo un trato. (Amar de verdad es dar sin esperar nada a cambio, porque sólo se dirige superficialmente a las personas. En realidad, es un acto de conocimiento del alma y, por lo tanto, sólo siempre un acercamiento a la unidad con Dios (interior) y las personas. Esta es la diferencia entre la dirección horizontal y vertical del amor). Su reacción no fue sorprendente, ya que era una persona que no podía ser superada en egoísmo, aunque ella misma estaba convencida de que era la persona más devota y abnegada de todas. No comprendía que su devoción, por ejemplo en relación con su pareja, no era un sacrificio, sino una inversión para atar o conservar a su atractivo compañero. Como resultado, más tarde fue abandonada por él. Y en cuanto a la falta de palabras de agradecimiento, una persona espiritual no las necesita, porque sabe que la recompensa viene del alma, se debe a ella (¡!) y es de mayor abundancia que la retroalimentación externa.
En la medida en que amamos humanamente, estamos sujetos al principio del bien y del mal, por ejemplo en nuestra relación de pareja. Lo que conduce al sufrimiento es la separación del amor equivocado de la semejanza. Pero en la medida de nuestra perspicacia -y eso significa conciencia de perfección- ya no hay mal, no puede haberlo. Como sólo estamos en el camino, seguimos sujetos a tentaciones y derrotas. Pero las primeras experiencias de entrada en la dimensión espiritual ya dan al buscador una idea clara de la liberación del ego y de la dulzura de la vida espiritual. Aunque el precio de las pruebas sea alto. Pero el precio de la vida cotidiana también es alto, pero sin ninguna perspectiva.
«A Dios sólo se le puede encontrar a través del amor, no a través del amor terrenal, sino a través del amor divino».
(Mahatma Gandhi: La Religión de la Verdad. p. 202)
El amor espiritual, el amor desinteresado y espiritual de semejanza, es el medio seguro para excluir la miseria, la preocupación constante y la necesidad, lo que emana de nosotros será respondido en consecuencia. Entonces ya no necesitamos perseguir ninguna meta, anhelo o esperanza, porque todo está en manos de nuestra propia conciencia.
El principio del amor
Todo lo que ocurre en la vida ocurre por amor y es amor. Dada la crueldad y el odio que hay en el mundo, eso suena bastante aventurado. Pero si una persona ha decidido reprochar a los demás, condenarlos, despreciarlos, odiarlos, entonces sólo lo está haciendo por amor mal entendido y mal dirigido, es decir, por amor a sí mismo, por su odio y violencia, etc., sino en principio por amor como el empeño de unirse con su objeto, en este caso el ego.
La incompletud personal siempre busca una especie de perfección a través de la unión. El amor es la energía del giro y la unificación, y las atrocidades -incluidas las buenas acciones de los bienhechores- se hacen por amor al egocentrismo: mi ego también busca la unidad, pero con mi cuerpo, mi ideología, mis actos heroicos. Los nacionalistas quieren la perfección pura e ininterrumpida de su «cuerpo» nacional, los hindúes y los musulmanes quieren la normalización y la unidad dentro de su grupo porque creen que pueden crear armonía mediante este tipo de «pureza». Pero los suníes no pueden llevarse bien con los chiíes, los protestantes no pueden llevarse bien con los católicos y los hindúes no pueden llevarse bien con los musulmanes. Y el cónyuge lucha por la devoción mutua y la unidad bajo su lectura.
Si la decisión se ha tomado a favor del verdadero amor al prójimo, no se trata del amor del alma instintiva, sino del alma espiritual. Si ha caído en la otra dirección a favor del odio, éste es el amor del ego de autoconservación, la conciencia del ego que ama su mente y sus cualidades, por cuya conservación lo hace todo. La gente no tiene la elección de amar o no amar, sino sólo la elección de abrirse o no a la influencia desde dentro-arriba. Es la elección entre la destrucción desde abajo (alma instintiva) y la perfección (alma espiritual). Esto puede verse claramente en la destrucción de los fundamentos de la vida, en las guerras (civiles) y, a nivel individual, en la forma en que nos tratamos unos a otros en los matrimonios y las parejas. En el «planeta Tierra del aprendizaje» se dan las condiciones para que aprendamos de verdad a amar.